01 Sep 2001. Respuesta Dip. Beatriz Paredes, Presidenta del H. Congreso de la Unión, al Primer Informe del Presidente Vicente Fox Quesada en la LVIII Legislatura.
1 de Septiembre de 2001
He escuchado, señor Presidente, con atención, las expresiones que de manera directa ha dirigido a millones de compatriotas, que por la magia de las telecomunicaciones conocen el contenido del mensaje de su informe, al mismo tiempo que los legisladores.
No es de extrañar, que un miembro de este cuerpo colegiado manifestara enfáticamente su extrañeza, pues, independientemente de esta nueva realidad tecnológica, el Informe se presenta ante el Congreso de la Unión.
Respetuosa que soy del valor de las palabras, comprendiendo que en voz de un presidente, más que intenciones son compromisos a nombre de la Institución que representa, también he aprendido que la sociedad, el pueblo que ha vivido, distinguido y desmitificado un cúmulo de ofertas y propuestas, al final sólo tiene un veredicto sobre el gobernante y es el que se deriva de sus actos, de sus resultados.
Al hombre público se le evalúa por su capacidad de hacer. Los propósitos lo significan. Los hechos lo califican.
Señor Presidente; compañeras y compañeros legisladores; señoras y señores. Formamos parte de un continuo social que se despliega por más de 30 siglos, en ésta, región volcánica y luminosa, tierra de paradoja, herida por injusticia y pobreza. La Historia Nacional no es patrimonio de nadie, ningún grupo o facción puede apropiársela, como tampoco podrían negar el concurso de varias generaciones que durante el siglo XX, edificaron un país de Instituciones, teñido de contrastes, donde hubo movilidad social; territorio que con la pujanza de un pueblo generoso y creativo, pudo arribar al año 2000, como la población más grande de hispanoparlantes; como la decimotercera economía del mundo; el octavo país exportador; el segundo socio comercial del mercado más grande del planeta; con un sistema educativo de amplia cobertura; con un sistema político dinámico, que mantuvo estabilidad y aptitud para transformarse. También, con millones de pobres, disparidad abismal en los niveles de ingreso, rezagos en tecnología y competitividad, descrédito sobre el quehacer público.
Espacio de cultura e identidad propia, con ese legado policromo o claroscuro, los mexicanos pudimos construir, en la civilidad, la transición al nuevo milenio. Ahora, son otros tiempos.
La historia contemporánea de México, por voluntad de la pluralidad y la vocación democrática de nuestro pueblo, obliga a una convivencia entre ciudadanos de distintos signos ideológicos y trayectorias diversas, que son integrantes de los Poderes de la República. Subyace, en ese mandato popular, una convocatoria a la capacidad de diálogo y a la tolerancia, para que esta riqueza plural no devenga en parálisis o excesos autoritarios, ante la hipotética imposibilidad de llegar a acuerdos. Subyace, la necesidad de generar espacios de confianza democrática, para que ninguna de las fuerzas suponga que quieren aniquilarla y que la acción del Gobierno corresponda a un principio básico de respeto a los contrarios.
Subyace, una convicción profunda sobre la prevalencia del interés superior del país, de la necesidad de no defraudar las expectativas de la población mexicana, que con extraordinaria sabiduría concibió un arreglo que obliga a balances y contrapesos, que exige una convivencia democrática que es un permanente aprendizaje de humildad y, al mismo tiempo, de grandeza. Demanda, visión de Estado.
Tenemos la enorme oportunidad, si actuamos con seriedad, serenidad y consistencia, sin protagonismo fatuos o cortoplacismos, de empujar el reloj de la historia patria y transformar el sistema político de México, para hacerlo más equilibrado y por ende, mejor garante del interés colectivo. Existe, finalmente, un compromiso ético: no traicionar a una sociedad que optó por la vía política para definir la nueva composición de sus instituciones. Fieles, cada quien, a sus orígenes, leales a las ideologías y proyectos históricos que a cada uno han dado sustento, sin renunciar a la crítica, al debate, al antagonismo legítimo y consustancial a toda democracia, debemos tener la capacidad de transitar el siglo XXI, construyendo.
La oportunidad existe, existe, también, el riesgo. Dependerá de imaginación, consistencia y valor. Dependerá, en fin, de nuestro amor a México.
Creo, con Carlos Pellicer: “La patria necesita aquellos hombres que le hagan ver la tarde sin tristeza. Hay tanto y lo que hay es para tan pocos. Se olvida que la patria es para todos. Si el genio y la belleza entre nosotros fue tanto y natural, que el recuerdo del hombre de otros días nos comprometa para ser mejores.
La patria debe ser nuestra alegría y no nuestra vergüenza por culpa de nosotros. Es difícil ser buenos. Hay que ser héroes de nosotros mismos“.
Gracias.